Este sitio web utiliza cookies propias y de terceros para su funcionamiento, mantener la sesión y personalizar la experiencia del usuario. Más información en nuestra política de Cookies

Menu

"¿Qué pasa en Europa?". Discurso del secretario de Estado para la Unión Europea, Íñigo Méndez de Vigo, en la clausura del XXIV Seminario sobre Europa Central

venres 13 xullo 2012

San Sebastián.

Quiero comenzar esta sesión de clausura recordando a Miguel Angel Blanco, que hace quince años fue cobardemente asesinado a poca distancia de aquí por la banda terrorista ETA. Quiero tener este recuerdo para él y su familia.

 Para entender bien qué es lo que pasa en Europa hay que retroceder sesenta y dos años en el tiempo, exactamente al 9 de mayo de 1950 y tomar en consideración la Declaración de Robert Schuman que estableció: “Europa no se hará de golpe, ni en una obra de conjunto, se hará por medio de realizaciones concretas, que creen, en primer lugar, una solidaridad de hecho”. Estas palabras, que significan el arranque de la unidad de Europa, determinan también cual va a ser la fórmula empleada para llevar a cabo esa unidad, el llamado funcionalismo político. No es posible construir Europa de la noche a la mañana, a los Estados les cuesta mucho ceder soberanía, por lo tanto Europa se construirá a fuego lento. Y eso es precisamente lo que le pasa a Europa, que no ha terminado de construirse, que aún queda mucha soberanía por ceder. Pero no me cabe duda de que hemos avanzado mucho. Por eso, no me canso de repetir, con la que está cayendo y aún a riesgo de que me tomen por loco, que la historia de la Unión Europea es la crónica de un éxito. En estos cincuenta años, Europa ha conseguido afirmar un sistema político basado en los principios de libertad, pluralismo y tolerancia; ha reconciliado a los enemigos de la víspera, propiciando el más largo período de paz en la época contemporánea; ha permitido a los europeos el logro de elevadas cotas de bienestar material y progreso social; ha contribuido al desmoronamiento de aquel telón de acero que separaba a los europeos libres de los oprimidos. Yo suelo contar que si los padres fundadores, los Schuman, Adenauer, de Gasperi y compañía pudiesen viajar en el tiempo en la máquina ideada por H.G. Wells se quedarían enormemente sorprendidos de hasta donde hemos llegado.

 “Tiene usted razón”, dirán algunos, “pero ahora estamos inmersos en una grave crisis de difícil salida.” Es cierto, pero Europa ya ha estado en crisis en otras ocasiones y siempre ha salido reforzada de ellas. La de 1954 cuando la Asamblea nacional francesa dio al traste con el proyecto de una Comunidad europea de defensa. La llamada de la “silla vacía” cuando en 1965 Francia adoptó la decisión de ausentarse de las reuniones del Consejo de ministros comunitario. La de los años setenta cuando la desbandada fue la respuesta de los países comunitarios a las sucesivas alzas en el precio del petróleo, como consecuencia de la guerra del Yon-Kippur. La de la primera parte de la década de los ochenta cuando europesimismo o euroesclerosis eran las palabras que mejor definían el estado de ánimo de los europeos y en la que presionados por la pujanza tecnológica de Estados Unidos y Japón, los Gobiernos europeos decidieron dar un salto cuantitativo en la integración. Entonces, los líderes europeos visualizaron de forma clara lo que entonces se denominó "el coste de la no-Europa". Para algunos, la relación entre Unión Europea y sus crisis se asemeja a la que tienen las mariposas con la luz, de forma tal que el concepto de crisis parece formar parte consustancial del proyecto europeo. Incluso existe una particular visión, la de la crisis saludable, según la cual Europa avanza, de crisis en crisis, hasta la victoria final.

 Pero aunque todo esto es innegable, estoy seguro que ustedes no me van a aceptar una respuesta tan poco precisa, así que profundicemos en su pregunta, ¿qué le pasa a Europa? Es verdad que parecemos estar peor que hace diez años. Entonces Europa estaba en un momento álgido. Cincuenta años después de la declaración Schuman los objetivos de esos "padres fundadores" estaban a punto de verse cumplidos. Se había conseguido la convergencia de las economías nacionales, la realización de la Unión monetaria y la sustitución de las monedas nacionales por el euro. Se había aprobado la estrategia de Lisboa, que dotaría a Europa con la economía del conocimiento más competitiva y dinámica del mundo. Los jefes de Estado y de gobierno de los quince Estados miembros que entonces formaban la UE tomaron la decisión de convocar una Convención para reformar Europa. La ampliación más ambiciosa de su historia, así como la unión económica debían conducir a la unión política.  La firma de la Constitución europea, surgida de esa Convención, en una Conferencia Intergubernamental durante la primavera de 2004 parecía "el comienzo de una nueva era".

 Y, sin embargo, aunque algunos de los objetivos de hace diez años se han cumplido, estamos muy lejos de las metas que nos propusimos. Es cierto que la ampliación ha sido un éxito. Era una obligación moral y política que teníamos con el “occidente secuestrado” del que hablaba Milan Kundera. Pero también es cierto que ha aportado nuevos problemas a la Unión, sobre todo la “revolución numérica” como la definió Lamassoure. No es lo mismo la Europa de los 15 que la de los 28 que seremos el año que viene. Actuar con eficacia y rapidez y tomar decisiones entre 28 es extremadamente complicado. El Tratado constitucional embarrancó en los referenda de Francia y Holanda y tuvimos que esperar un lustro hasta ver por fin en vigor el Tratado de Lisboa. La estrategia de Lisboa que contemplaba un programa muy ambicioso quedó al final en muy buenos propósitos y muy pocos resultados. La crisis del euro nos ha enseñado que la Unión Monetaria Europea sólo ha funcionado cuando las cosas iban bien, había crecimiento económico y no se controlaban los desvaríos en materia de deuda y déficit públicos. La crisis ha destapado una serie de debilidades en el diseño original y funcionamiento de las instituciones de la UEM que han puesto en riesgo la estabilidad de la zona euro. Los países integrados en la zona euro comparten moneda y política monetaria pero no constituyen aún ni un espacio económico ni financiero integrados. 

 Desde que la crisis estalló en 2008, los gobiernos europeos y las instituciones europeas no han permanecido inactivos. Creamos un fondo de rescate que ha sido utilizado tanto en Grecia, como en Irlanda y Portugal; modificamos el Tratado de Lisboa para implantar un fondo de estabilización con carácter permanente, y aprobamos un paquete de supervisión financiera y seis propuestas legislativas para activar la Gobernanza económica modificando las principales áreas del gobierno económico europeo: la reforma financiera,  reforzando el sistema europeo de supervisión financiera para prevenir futuras crisis; la reforma del Pacto de Estabilidad y Crecimiento; el refuerzo de los mecanismos de coordinación de las políticas fiscales a través del Semestre Europeo, un nuevo sistema para corregir a tiempo los desequilibrios macroeconómicos -déficit y superávits por cuenta corriente, entre otros- y una serie de acuerdos para impulsar la competitividad y el crecimiento.

 Pero todo ello fue insuficiente. La causa estriba en que esta crisis, aunque tiene un origen económico, es una crisis fundamentalmente política. La realidad es que las cifras de la Unión Europea son mejores que las de EEUU o el Reino Unido. California, por ejemplo,  tenía una estructura fiscal impropia de una economía desarrollada con excesiva dependencia del impuesto de sociedades. La recesión provocó un desplome de los beneficios de las empresas californianas y el déficit público se disparó. Coincidió con la quiebra de Lehman Brothers y el colapso del mercado de pagarés y bonos municipales, por lo que se vio obligada a declarar un default. La ventaja es que EEUU es una unión fiscal y los desempleados y pensionistas de California siguieron recibiendo sus rentas procedentes del presupuesto federal. El Congreso pactó un plan de apoyo financiero que permitió al gobierno californiano reestructurar su deuda y no se sintió atacada por los mercados porque detrás tenía a la Reserva Federal. Sin embargo, en Europa, el problema radica en que hasta ahora no hemos conseguido transmitir confianza a esos mercados. Los mercados dudan del euro porque no creen que la Unión Monetaria sea irreversible y consideran que el euro puede desaparecer. Esta percepción es producto de la desconfianza que transmiten los recelos de los países que han sorteado mejor la crisis con respecto a aquellos que se encuentran en mayores dificultades. Toda vez que el mercado percibe que los primeros no están dispuestos a ayudar a los segundos y los segundos no parecen resueltos a acometer las reformas que deben necesariamente llevar a cabo, quien padece es el euro y las primas de riesgo de los países en dificultades, que se disparan.

 Por eso es de suma importancia el “Tratado sobre la estabilidad, coordinación y gobernanza en la Unión Económica y Monetaria”. Junto a su función económica tiene un efecto psicológico importante. La inclusión en las constituciones nacionales de la garantía de cumplimiento de la obligación de limitar el déficit público, como ya anticipamos en España, es un artículo de fe para los socios de la zona euro. El compromiso de los gobiernos para cumplir lo pactado y llevar a cabo las reformas económicas necesarias en el seno de cada Estado miembro sirve de garantía para que aquellos Estados que presentan mejores resultados económicos puedan ayudar a aquellos que se encuentran en dificultades.

 Pero además, junto al principio de responsabilidad, la Unión Europea debe fortalecer el principio de solidaridad. Si un Estado es víctima de una situación financiera, económica o política que no sea capaz de controlar debe poder contar con la ayuda de los demás. Esto supone utilizar la potencia de fuego del Mecanismo de Estabilidad y un método de agrupación de préstamos con capacidad de endeudamiento común.

 Pero la austeridad y el ajuste no bastan por sí solos, es necesario incentivar la inversión para favorecer el crecimiento. Es obvio que los países que están en mejor situación deben de estimular su demanda interna para tirar de la economía. Y las instituciones europeas deben intervenir activamente. Se deben activar los recursos del Banco Europeo de Inversiones y la Comisión debe financiar grandes proyectos transeuropeos, que difícilmente pueden abordarse con los presupuestos nacionales, así  como utilizar la parte del presupuesto no gastado para fomentar el empleo, especialmente entre los jóvenes.  

 Estas tres virtudes teologales, responsabilidad, solidaridad y crecimiento, no son nada sin una envoltura, por eso era importante establecer una hoja de ruta con los pasos marcados y los objetivos bien definidos. En un momento como el actual en el que la psicología tiene casi tanto peso como la economía, mostrar el camino a seguir otorga seguridad, confianza y evita la sensación de improvisación que tanta duda genera en los mercados. Por eso se esperaba tanto del Consejo Europeo del pasado 28 de junio que debía ofrecer una respuesta completa a la crisis, que superara la excesiva presión que los mercados están ejerciendo sobre España e Italia y que amenazan con asfixiarlas de tal manera que no va a poder seguir financiándose de manera prolongada a unos tipos de interés altísimos.

                Estoy convencido de que hay un antes y un después de esta Cumbre que ha significado un gran éxito para el euro y que acabará por transmitir la necesaria confianza en los mercados cuando finalmente perciban que los líderes europeos han tomado medidas a corto y a largo plazo que demuestran que es un proyecto político irrenunciable de la Unión. Precisamente, el fin del Consejo Europeo era combinar acciones a corto y medio plazo, que contribuyeran a estabilizar los mercados y estimular el crecimiento, junto con la plasmación de una visión a largo plazo sobre la manera de impulsar el fortalecimiento de la Unión Económica y Monetaria.

 A corto plazo, se han combinado  acciones para estabilizar los mercados financieros de tal manera que se rompa el círculo vicioso entre bancos y deuda soberana: Se ha acordado que el préstamo de hasta 100.000 millones de euros que los fondos de rescate concederán a España para sanear sus bancos no tenga prioridad de cobro, lo que reducirá las dudas de los inversores privados. Además se permite la recapitalización directa de la banca para no complicar más los niveles de deuda del país, una vez que la zona euro disponga de un supervisor bancario único, dependiente del Banco Central Europeo. Se han flexibilizado también las condiciones para que los fondos de rescate europeos puedan comprar deuda de países en problemas tanto en el mercado secundario como en subastas del tesoro.

 A medio plazo se ha establecido un “Pacto por el crecimiento y el empleo” que movilizará 120.000 millones de euros para inversiones inmediatas que impulsarán la financiación de la economía y ayudarán a la creación de puestos de trabajo. Este pacto tiene un enorme significado porque da por finalizado el debate entre quienes pensaban que había dos visiones políticas enfrentadas para resolver de la crisis: austeridad frente a crecimiento. Hemos demostrado que ambas son perfectamente complementarias.

 Pero quizá, el resultado más importante de la Cumbre es de lo que menos se ha hablado. Es la medida que se ha tomado a largo plazo, el mandato que se le ha dado al Presidente Van Rompuy para que elabore para finales de año, una hoja de ruta específica y con fechas, sobre el futuro de la Unión Económica y Monetaria. Se trata de perseguir una profundización de la Euro zona, solucionando los problemas estructurales del Marco Institucional y creando una auténtica unión fiscal, bancaria, financiera y económica, lo que a la postre significa una mayor integración política europea.

 Sin embargo, a los pocos días de terminar el Consejo europeo los mercados renovaron su ataque y las primas de riesgo volvieron  a crecer como la espuma. ¿A qué se ha debido? Ya se sabe que el diablo se esconde en los detalles y, en este caso, en la ausencia de ellos. El Consejo ha establecido unas líneas generales y no se ha parado a desgranar las distintas particularidades, lo que ha provocado el retorno de las dudas a los mercados y el consiguiente aumento de la prima. No obstante, tras la primera reunión del Eurogrupo y el esclarecimiento de muchas cuestiones que quedaban pendientes la calma regresó a los mercados. En los próximos meses estoy seguro de que iremos viendo como surgen nuevas dudas y como la UE irá respondiendo a esas dudas pero lo fundamental, lo importante, es que la UE va a disponer de una hoja de ruta, de un proyecto común que demuestra que el euro es irreversible.
   
 En el mundo globalizado, tener un proyecto no es suficiente; es imprescindible compartirlo con los demás, sean éstos los EEUU, Brasil o China. Los europeos somos una pieza del puzzle -importante, sí- pero pieza al fin y al cabo, y debemos convencer a los demás actores globales de la bondad de nuestras iniciativas.

 Los países emergentes, los llamados BRIC, Brasil, Rusia, India y China han salido reforzados de la primera gran crisis de la globalización mucho mejor que las economías avanzadas económicamente. Su crecimiento multiplicó por cuatro el de los países avanzados en 2010. Y lo triplicará en el próximo lustro, según las previsiones del FMI. Vivimos en un mundo en el que un fondo de inversiones brasileño ha comprado Burger King, una compañía de la India se ha hecho con Jaguar, la décima constructora china ha adquirido Volvo o un fondo de esa misma nacionalidad adquiere Anheuser-Busch, la primera cervecera norteamericana. Para competir en ese mundo hay que armarse con talento y decisión. La globalización existe, nos guste o no. Y estamos inmersos en ella, lo queramos o no. La incógnita estriba en saber si queremos jugar la partida en solitario o queremos hacerlo con el resto de los socios de la Unión Europea. En mi opinión, la respuesta no admite dudas: en un momento en el que aparecen más Estados en el mundo y, al mismo tiempo, pierden toda la relevancia las fronteras que los separan, una Europa unida es la única respuesta frente a la insignificancia de las viejas naciones.
 
 A mediados del siglo pasado Paul-Henri Spaak hablando de los Estados europeos decía que todos ellos eran pequeños, pero algunos aún no se habían enterado. Trátese de la política internacional, la energética, las cuestiones de inmigración, la educación o la cultura, Europa debe dar una respuesta común a los desafíos también comunes que tienen los europeos, para que no se cumpla esa frase que Den Xiao Ping se dice que pronunció en 1985: “en el siglo que viene los EEUU nos dirán lo que hay que fabricar, los hindúes y nosotros lo fabricaremos, e iremos a Europa de vacaciones.” Para evitar que Europa se convierta en un parque temático tenemos que trabajar unidos.

 Europa necesita además acercarse a sus ciudadanos. El distanciamiento entre éstos y sus instituciones es real. A Europa le falla el mensaje, no es capaz de crear una narrativa lo suficientemente atractiva que enganche a la ciudadanía. Esta narrativa, este banderín de enganche ha existido en épocas pasadas. En la posguerra, los padres fundadores utilizaron el mensaje de que Europa significaba la paz frente a los nacionalismos que provocaron la más terrible de las guerras. Durante los 60 y 70 Europa representaba la opción democrática frente al totalitarismo del otro lado del telón de acero. Tras la caída del muro de Berlín el objetivo del mercado único y el euro se convirtieron en el referente del europeísmo. A comienzos del 2000 la narrativa, algo más dudosa ya, fue Europa como valor añadido, el « Europe has to deliver » del que hablaba Tony Blair. Hoy en día carecemos de narrativa, de mensaje ilusionante que enganche a Europa con sus ciudadanos mientras sobran las notas discordantes que utilizan a Europa de punching ball en la que descargar culpas injustamente. Quizá la mejor narrativa que podamos encontrar sea hallar una salida a la crisis. No hay mejor manera de reconciliar a Europa con sus ciudadanos que hacer las cosas bien, acabar con el desempleo, retornar a la senda del crecimiento, conducir a buen puerto todas las iniciativas que se están tomando.

 Pero cualquier iniciativa, cualquier proyecto, requiere voluntad política y ambición para ponerla en práctica. Cuando llegamos al gobierno nos encontramos con una situación de desconfianza con respecto al gobierno anterior, al que se veía incapaz de hacer las reformas que España necesitaba, pero también con respecto al sector financiero español e incluso la propia sociedad española y su capacidad para crecer. Por ello, el gobierno ha aprobado toda una serie de reformas a una velocidad que no tiene precedentes. Cada viernes se aprueban nuevas medidas que necesita la economía española. Y vamos a continuar con el calendario de reformas, por difíciles que algunas veces sean, porque la consecución de las reformas estructurales, tantas veces aplazadas, constituyen la base sobre las que se asentarán el crecimiento, el bienestar y la creación de empleo. Porque España es parte de la crisis en Europa pero también quiere ser parte de la solución.

 Hemos puesto en marcha reformas para la consolidación fiscal y el control del gasto en las administraciones regionales, hemos aprobado unos presupuestos que tienen como objetivo corregir el déficit público y dinamizar la economía, hemos hecho una reforma en profundidad del mercado laboral que lo flexibiliza y dos reformas para sanear el sector financiero. Pero además hemos reformado la sanidad, la educación, la justicia… Y vamos a continuar con el calendario de reformas.
 
 Estamos en la senda de la recuperación, nuestra realidad sigue siendo mucho más rica, sólida y dinámica de lo que se percibe. A este respecto me gustaría hacer referencia al informe que publicó el “Consejo empresarial para la competitividad”. Como ustedes saben, dicho Consejo está formado por los Presidentes de las 17 grandes multinacionales españolas y el Presidente del Instituto de la Empresa familiar, por lo que no se trata de la opinión de cualquiera sino de las principales autoridades en la materia. Y su opinión es que el año que viene veremos las mejoras.

 Frente a los más agoreros, las grandes empresas y bancos españoles defienden que la situación de la economía española es muchísimo mejor de lo que vemos en los foros internacionales. El Consejo empresarial para la competitividad ha analizado a fondo la economía española y ha llegado a la conclusión de que "España es un país solvente y muy competitivo". Las principales ideas que recoge dicho informe son:
- Las exportaciones están creciendo a buen ritmo, alcanzarán el 3,4 % en los próximos meses y lideran el cambio del modelo de crecimiento.
- España está viviendo una mejora en competitividad y productividad sin precedentes, lo que sostiene el crecimiento exportador y permite mantener el liderazgo en sectores clave como el turismo y despuntar en otros servicios de valor añadido.
- La reforma laboral alinea el mercado español con el europeo, en flexibilidad y costes, lo que permitirá revertir la situación hacia finales de año.
- España cuenta con empresas altamente competitivas. La gran internacionalización de las empresas españolas ha permitido alcanzar posiciones de liderazgo a nivel mundial en sectores clave. Nuestra proyección hacia Latinoamérica hace que exista mucho potencial por desarrollar.
- La deuda externa de España es sostenible.
- La elevada Inversión Extranjera Directa- que sobrefinancia la cuenta corriente- es reflejo del indudable atractivo del país.
- Con la ayuda de la venta de activos es posible alcanzar los objetivos de déficit público.
- El stock de vivienda nueva se sitúa a finales de 2011 en torno a las 680 mil unidades, habiendo permanecido estable en los últimos 3 años. Se espera que la sobreoferta de viviendas se absorba entre 3 y 4 años.
- Con todas estas consideraciones sería más coherente con los fundamentos de la economía española que nuestra prima de riesgo estuviera en torno a los 150 puntos.

 Entonces, dirán ustedes ¿por qué acabamos de pedir una línea de crédito a la UE? Porque seguimos arrastrando debilidades y la principal se encuentra en una parte de nuestro sistema financiero. Nos ha tocado arreglar lo que no se hizo hace cuatro años porque entonces había un gobierno empeñado en negar la crisis y afirmar que nuestros bancos eran los más solventes de Europa. El compromiso por el rigor y la transparencia que se ha fijado el actual gobierno nos obliga a hacer pública la realidad, por dolorosa que ésta sea, y a tomar las medidas necesarias, por impopulares que éstas sean. Por eso, hemos solicitado financiación europea adicional para la recapitalización de aquellas entidades financieras cuya situación es más delicada. Conviene precisar que no se trata de todo el sector bancario sino tan sólo de alrededor de un 30% del mismo. Es decir, más de 2/3 de los bancos españoles se encuentran en una situación saneada y en condiciones de hacer frente a las situaciones más adversas.

 El Eurogrupo confía en nosotros y, como ya he dicho anteriormente, nos ha concedido un préstamo lo suficientemente amplio como para cubrir las necesidades de capital estimadas, con un importante margen adicional, por un importe de hasta 100.000 millones euros, que será aportado por la Facilidad Europea de Estabilidad Financiera primero y más tarde por el Mecanismo Europeo de Estabilidad, sin ningún tipo de condicionalidad macroeconómica ni estatuto de prioridad entre los acreedores. El Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB) recibirá estos fondos europeos en condiciones financieras más favorables que las que ofrece el mercado de capitales. El único objetivo de todo esto es proteger los ahorros de los ciudadanos españoles y que vuelva a fluir el crédito a las empresas, algo esencial para el crecimiento y la creación de puestos de trabajo.

 Por otro lado, el Gobierno español ha puesto en marcha un ejercicio de transparencia adicional, consistente en la realización de dos análisis privados independientes para valorar las carteras crediticias de los 14 principales grupos bancarios, que representan aproximadamente el 90% del sistema financiero español. Estos ejercicios se llevan a cabo en dos etapas. La primera, que ya ha tenido lugar y concluyó el 21 de junio, fue encomendada a las consultoras Oliver Wyman y Roland Berger y consistió en medir la incidencia de un hipotético deterioro de la situación económica sobre el conjunto de la cartera crediticia de las entidades financieras. El dictamen de los informes estableció que llegado el caso más extremo, la banca española necesitaría entre 51.000 y 62.000 millones de capital para estar preparada y hacer frente con solvencia a un agravamiento imprevisto de la crisis. Un 40% menos del préstamo previsto por el Eurogrupo. La segunda, cuyos resultados deberán estar disponibles el 31 de este mes, ha sido encomendada a las cuatro mayores firmas auditoras en España (Deloitte, PwC, Ernst & Young y KPMG) y consistirá en la realización de un análisis individualizado y detallado de las carteras crediticias de las entidades financieras, valorándose, entre otras cuestiones, la clasificación y los niveles de provisión de sus carteras crediticias.

 Este ejercicio de transparencia tiene como finalidad demostrar a nuestros socios europeos que España es un socio fiable. Un país como España tiene que satisfacer sus compromisos adquiridos, cumplir con sobresaliente sus deberes, y aún adelantarse y presentar ideas y propuestas inteligentes mostrando una gran fortaleza interior y apostando decididamente por Europa. Estoy convencido de que la actual coyuntura de crisis es una oportunidad para lograr avances en Europa y España tendrá un papel protagonista en  dichos avances. No me cabe duda de que Europa es la solución a nuestros problemas y la unión política nuestro puerto de llegada. Decía Schopenhauer que ningún viento es favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige. Sobre todo, después del último Consejo europeo, tenemos mucho más claro adonde nos dirigimos. El viento, con ideas y ambición política, soplará a nuestro favor.

Muchas gracias,