Hace tan sólo tres días tuve ocasión de participar, en la Sala Constitucional del Congreso de los Diputados, en un acto conmemorativo del 60 aniversario de la firma de los Tratados de Roma, que constituyen dos de los pilares fundacionales de la integración europea. El lugar que nos acogía no podía reunir mayor simbolismo: allí nos contemplaban los retratos de los padres de nuestra Constitución, todos pertenecientes a una generación para la que el retorno de España a la democracia era incomprensible sin nuestra vuelta a la familia europea de naciones, con la que pasamos a compartir derechos y deberes; principios y valores; mayor progreso y mayor prosperidad. Me dio la impresión de que, desde aquellos retratos, nuestros constituyentes asentían, sonreían y nos decían: nosotros cumplimos, ahora sois vosotros quienes tenéis que continuar y perfeccionar nuestro legado, una España democrática, más justa y más próspera en una Europa más fuerte, más solidaria y más activa en el mundo.
Sé que no faltarán entre los lectores quienes se muestren escépticos ante el proyecto europeo al que siguen invocándonos nuestros mayores y los mejores entre nosotros. Ya que estamos en tiempos de Brexit, no puedo dejar de evocar el genio de Dickens cuando comenzaba su «Historia de dos ciudades» con aquella frase memorable: «Era el mejor de los tiempos y era el peor de los tiempos (...), la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación». Creo que estas palabras describen mejor que ningunas otras el momento actual de Europa. Hay quienes consideran que el propio desenganche de Reino Unido; las secuelas de la crisis económica y financiera, sobre todo en forma de desempleo y desigualdad; la crisis de los refugiados; la amenaza terrorista; la aparición de nuevas potencias emergentes o ya emergidas; o las incertidumbres globales justifican una creciente desafección con la Unión Europa que terminará llevando a su estancamiento o regresión. Para quienes así piensan, estos son tiempos de desencanto y están dispuestos a dejarse seducir para salir de ellos por los populismos y los nacionalismos, sin percatarse que los suyos son cantos de sirena que sólo conducen al abismo en el que Europa ya estuvo sumida y del que la cooperación euro-atlántica y el propio proceso de integración europea consiguieron sacarnos.
Es una lección que no debemos olvidar y de la que hemos de seguir aprendiendo. Sobre todo, no hemos de resignarnos. Incluso en estos tiempos de incertidumbre tenemos motivos para la esperanza y para seguir avanzando. Llegados a este hito en nuestro recorrido, es también una buena ocasión para echar la vista atrás y celebrar lo mucho que hemos conseguido, como europeos, desde que iniciamos este viaje desde Roma, hace 60 años.
La Unión Europea es hoy la región del mundo con más democracia y con más respeto a los derechos humanos y al Estado de derecho. Es la primera potencia comercial y, junto con Estados Unidos, la primera economía mundial. Es indudable que es una fuerza constructiva y que genera estabilidad en el mundo. Es la primera contribuyente en ayuda al desarrollo. Es una gran potencia cultural y turística. Es la primera región del mundo en el desarrollo del Estado del bienestar y en atender en sanidad, educación y pensiones a sus ciudadanos. Se ha conseguido construir un mercado único de 500 millones de habitantes que ha impulsado la libre circulación de personas, mercancías, servicios y capitales con muy altos niveles de seguridad jurídica, protección de los consumidores y promoción de los derechos de los trabajadores y de los derechos sociales. La moneda única es también uno de los logros de la Unión Europea. El euro es la segunda moneda de reserva mundial y permite viajar, comerciar o invertir en Europa sin verse afectado por los inconvenientes del cambio de monedas.
La Unión Europea es, por lo tanto, un magnífico marco de convivencia, con sus instituciones propias, que nos hemos dado libremente los europeos y que nos sirve para hacer frente a los desafíos constantes que se producen en la realidad económica y política. No cabe duda de que se han cometido errores, pero el objetivo fundamental tiene que ser preservar e incrementar todos esos logros, para hacer frente a los retos de nuestro tiempo.
Hemos tenido la crisis del euro, de la que estamos saliendo con el esfuerzo de todos y que nos ha servido de incentivo para identificar y ponernos a resolver fallos del sistema. La crisis de los refugiados es en estos días un reto enorme para la UE al que estamos ofreciendo respuestas, cierto es que a veces tardías e insuficientes, en la medida de nuestras posibilidades e intentando equilibrar los principios de solidaridad y de seguridad para nuestros ciudadanos. Ahora el Brexit plantea un desafío que hay que gestionar y que también, estoy seguro, sabremos superar. No son las primeras crisis ni serán las últimas. Sin embargo, no nos engañemos, el proyecto de integración europea no es simplemente una zona de libre comercio, como algunos pretendían, sino que, desde el principio, nació con la ambición política de fraguar una unión cada vez más estrecha entre los pueblos europeos, según el camino que indicó Robert Schumann en 1950: «Europa no se hará de una sola vez siguiendo un único plan general, se construirá mediante realizaciones concretas, las cuales crearán una solidaridad de hecho». El tiempo está dando la razón a estas sabias palabras.
Y, ya que este hito en el camino nos sirve para reflexionar sobre el actual momento de Europa y para reforzar nuestras convicciones europeístas, hemos también de aprovecharlo para pensar sobre el lugar de España en Europa y sobre lo que aún podemos aportar, como españoles, para contribuir a superar ese «invierno de desesperanza» europeo al que se refería Dickens.
Partamos de lo obvio: España es hoy una democracia plena, respetuosa con los derechos de sus ciudadanos (España se coloca entre las 20 democracias de más calidad del mundo, según el índice de Democracia 2016 publicado por The Economist Intelligence Unit) y cumplidora con las obligaciones comunitarias. Como supo prever la generación que hizo posible la Transición, la pertenencia de España a la Unión Europea es corresponsable de este éxito colectivo español.
La Unión Europea ha contribuido de manera notable al desarrollo socioeconómico del país. España ha triplicado su renta desde su ingreso en 1986 y es hoy una economía dinámica e internacionalizada (las exportaciones representan el 35% de nuestro PIB), es la cuarta economía de la zona euro, está entre las 15 primeras economías del mundo y tiene presencia permanente en el G20. España ha sido el gran beneficiario de los fondos europeos y ha recibido, desde su ingreso, más de 140.000 millones de euros de estos fondos que han permitido, entre otras cosas, modernizar sus infraestructuras, claves en la competitividad y recuperación económicas del país.
Son, por tanto, evidentes los beneficios que nuestro país ha obtenido de su incorporación a la Unión Europea, pero también la Unión Europea se ha beneficiado con la incorporación y aportación de España. Se nos ofreció la oportunidad y supimos aprovecharla. No sólo aportamos un mercado de más de 40 millones de habitantes. Los sucesivos gobiernos españoles han tenido iniciativas constructivas como, entre otras, la ciudadanía europea, la orden de detención europea o los fondos de cohesión, que han reforzado la integración europea.
Ahora es el momento de dar un paso más. En tiempos de populismos y euroescepticismos en muchos otros países, España sigue siendo, incluso tras atravesar la peor de las crisis, un país con profundas convicciones europeas, compartidas por los principales partidos políticos, realidad que sin duda es un activo para nuestra acción exterior. Por convicción y por interés, España desde su incorporación ha sido un socio leal y constructivo con el proyecto de integración europea. Es fundamental para el interés de España y de sus ciudadanos que la Unión Europea continúe siendo una historia de éxito. Como muchas veces ha señalado el presidente del Gobierno, la política europea es cada vez más una cuestión interna, un proyecto que influye en todos nuestros planteamientos internos.
La posición de España en Europa, en estos últimos treinta años, ha ido consolidándose. No somos uno más en la Unión, sino uno de los grandes por nuestro territorio, nuestra población y nuestro peso económico. Por nuestra cultura e historia, España es de los países que más han aportado y aportan a la construcción del espíritu europeo. Y así va a seguir siendo.
El gran europeísta español Salvador de Madariaga estimó que «Europa existirá, cuando exista en la conciencia de los europeos». No cabe la menor duda de que Europa existe en la conciencia de los ciudadanos españoles y hacemos nuestro el destino y la suerte de los pueblos europeos.
Nuestra apuesta por Europa está dando frutos. La solidez de España y su capacidad de estar e influir cuando nuestros intereses están en juego, se ha visto reflejada recientemente en la asistencia del presidente del Gobierno a reuniones importantes, como la de Versalles el pasado 6 de marzo, junto a los líderes de Francia, Alemania e Italia. Estar invitado a estas reuniones es un éxito del Gobierno, pero también de todo el país, y el reconocimiento a una trayectoria de 30 años de progreso y como socio leal en la Unión Europea. En Europa, España ha pasado de ser objeto de decisiones a ser sujeto activo de las decisiones que se van a tomar en los próximos años.
Los españoles queremos más y mejor Europa. Debemos corregir las debilidades que han estado en el origen de la crisis; hemos de reforzar su legitimidad democrática; profundizar en la ciudadanía europea, avanzar en las políticas de solidaridad y completar la Unión Bancaria, que incluya también un sistema europeo de garantía de depósitos, avanzar hacia una Unión Fiscal con un presupuesto común en la zona euro y hacia un marco integrado de política económica. El ámbito de la zona euro es el núcleo que nos permitirá profundizar en la integración europea.
Queremos una Europa que no renuncie a sus valores y a sus principios y que defienda, en su interior y en el exterior, los derechos y la dignidad humanos. Apoyamos una Europa abierta a comerciar con el mundo y que sea un actor global cada vez más presente. Vemos necesario un reforzamiento de la Política Exterior y de Defensa europea y consideramos lógica una Europa más madura y más responsable de las cargas que impone ocuparse seriamente de su propia seguridad. Esta es la Europa que queremos los españoles y por la que vamos a seguir trabajando con nuestros socios y amigos europeos.
Y ahora voy a terminar estas líneas retornando al lugar donde las comencé. El acto conmemorativo en el Congreso, organizado junto con la Embajada de Italia en Madrid, congregó a muchos personajes conocidos, algunos de los cuales están íntimamente asociados a la historia de España en el proyecto de integración europea y al propio devenir de sus instituciones en las últimas décadas. Pero los auténticos protagonistas del acto no fuimos los ponentes, ni los ilustres invitados al mismo, sino un grupo de jóvenes, muchos de ellos de nacionalidades mixtas, que tomaron la palabra para decirnos lo que para ellos significa Europa. Y lo que escuchamos, nos llenó de esperanza. Había allí antiguos participantes en el programa Erasmus que ahora se disponen a buscar trabajo o están iniciando sus carreras profesionales y también adolescentes todavía en edad escolar, que compartieron con nosotros sus mensajes dirigidos a Europa, cómo no, en forma de tuit.
Recordaba al escucharles los discursos y las proclamas de los grandes inspiradores y constructores del proyecto europeo en sus orígenes –Schumann, Spinelli, Monnet, Spaak, Madariaga...– y pensé que de estar entre nosotros no hubieran dudado en trocar sus clásicas piezas oratorias, destinadas a mover y a conmover al naciente demos europeo, por estos medios y frases más sencillos y directos con los que se comunican nuestros jóvenes y con los que, estoy seguro de ello, continuarán construyendo y adaptando a sus sueños y esperanzas este hermoso proyecto que iniciamos hace 60 años y hoy es la Unión Europea.