Este sitio web utiliza cookies propias y de terceros para su funcionamiento, mantener la sesión y personalizar la experiencia del usuario. Más información en nuestra política de Cookies

Menú

"Putin intenta revertir lo que ocurrió después del muro". (El Mundo)

9 de noviembre de 2014

25 AÑOS 1989 - 2014

Rodeado de mapas y libros y bajo un gran retrato del Rey Felipe VI, el jefe de la diplomacia española, José Manuel García-Margallo (Madrid, 1944) acepta en su despacho echar la mirada cinco lustros atrás y exponer sus recuerdos y reflexiones sobre el fin del Muro.

PREGUNTA.-¿Qué hacía el ahora ministro español de Asuntos Exteriores el 9 de noviembre de 1989?

RESPUESTA.-Estaba en el Congreso. Era diputado nacional. Conocimos la noticia de una avalancha de gente en el Muro de Berlín y nos fuimos corriendo a las televisiones, donde vimos cómo se derribaba. Para mí fue especialmente emocionante porque yo había cruzado de Berlín Oeste a Berlín Este. Fue un viaje en el tiempo: de una ciudad moderna, alegre y vivaz a otra donde no había prácticamente tráfico rodado y los coches eran extraordinariamente antiguos. Entré en unos almacenes donde sólo había dos tallas de ropa femenina. La gente me recordaba a la de la España de los Nodos de los años 50.

P.- Más tarde, durante su paso por Bruselas como eurodiputado y al poder estar con protagonistas o coetáneos del histórico suceso, ¿qué conclusiones fue sacando?

R.- Por paradójico que pueda parecer, lo más sorprendente o chocante no es la caída del Muro de Berlín, sino su construcción en 1961. Tras la Segunda Guerra Mundial, en el mercado político había dos productos: el capitalismo liberal y el socialismo real. Y el fracaso del socialismo real, que la gente intenta visualizar con la caída del Muro de Berlín, se produce con su construcción en 1961, porque la gente simplemente votaba con los pies: se escapaba de un mundo a otro. Pues bien, con la caída del Muro nos quedamos con sólo un producto: el capitalismo liberal. Esto duró hasta 2007, con la caída de Lehman Brothers, donde aparecimos en una nueva frontera, si puedo tomar prestada la expresión de Kennedy.

P.- Múltiples analistas aseguran que estamos ante una nueva Guerra Fría y señalan al zar Putin...

R.- Hay analogías y semejanzas. La Guerra Fría era una guerra donde el conflicto no era abierto, sino un bloqueo recíproco. Lo que está teniendo lugar ahora es que Putin intenta revertir lo que ocurrió inmediatamente después del Muro. Los rusos exponen que, tras la caída del Muro, cuando se disuelve el Pacto de Varsovia y se desmantela la URSS, hay una promesa implícita por parte de los líderes occidentales a Gorbachov de que todo ello no va a ser aprovechado para avanzar ni las fronteras económicas ni las militares de Occidente para rodear o estrangular a la Federación Rusa. Lo que sostienen es que con la llegada de Yeltsin esas dos promesas se incumplen.

P.- Y ahora estamos ante el conflicto de Ucrania...

R.- Una embajadora de un país del Este me dijo: «Todos los países que hemos tenido imperio, hemos pasado ya el duelo, pero Rusia no lo ha pasado». Putin ha llegado a decir que el acontecimiento más dramático en el siglo XX fue la disolución de la URSS. La lógica de muchos de los dirigentes de la Federación Rusa sigue siendo imperial. Y si Occidente quiere, y yo creo que debe, llegar a unas relaciones de sociedad estratégica con Rusia, hay que dar a Moscú el trato que cree que se merece, esto es, tratarlo en unas condiciones de igualdad. Si se logra, estoy convencido de que el final será una gran zona de libre comercio que vaya desde Lisboa a Vladivostok. En Europa tendremos que hacer lo que ya hicimos para acabar con las guerras internas: unirnos por el comercio, la inversión, el intercambio…

P.- ¿Cree entonces que a Putin no se le está considerando como un igual? ¿Se excedió la UE en volcarse tan rápido en la ampliación al Este, así como la OTAN en llevar sus fronteras tan cerca de Rusia?

R.- Hay varios principios básicos. Uno es el respeto de la legalidad internacional. Hay que respetar las fronteras que nos dimos después de la Segunda Guerra Mundial. Nadie puede ir por ahí invadiendo países. Después está que los países de los que estamos hablando son soberanos y tienen derecho a decidir si quieren entrar en la UE o en la OTAN. En definitiva, que hay que hablar con los rusos y decirles: vamos a entendernos porque así nos irá mejor a todos. Ahora se está hablando de incrementar las sanciones por el reconocimiento de Moscú a las elecciones en Donetsk y Lugansk... Y podemos seguir en la escalada de sanciones, pero esto no llegará muy lejos. Ahora bien, Rusia tiene que entender que debe respetar la legalidad internacional, así como la integridad territorial y la soberanía de los países que son vecinos. Una vez hecho eso, no hay que seguir una lógica de pseudo guerra fría, sino que tendremos que buscar fórmulas de entendimiento como hicimos los europeos después de 1945.

EL PAPEL DE ESPAÑA

P.- ¿Qué papel juega aquí España?

R.- Tenemos muy buenas relaciones tradicionalmente con todos los países del área. Para el Consejo de Seguridad de la ONU, nos han votado tanto Rusia como Ucrania. España, por lo que ha sido nuestra experiencia histórica reciente, nuestra Transición, ha hecho del consenso una de las virtudes de política interior, consenso que bien podemos extrapolar a la política exterior. No tenemos ningún conflicto con los otros 192 países de la ONU. Si sabemos boxear dentro de nuestro peso y sabemos cuáles son nuestras capacidades de credibilidad, paciencia o diálogo estratégico, España está más que dispuesta a jugar un papel.

P.- ¿Cuáles serían los actuales Muros?

R.- Hay que recordar en primer lugar lo que ocurrió antes del Muro de Berlín. Es cierto que 1989 fue una fecha emblemática: fue el final del siglo XX y el principio del siglo XXI. Al igual que el inicio del siglo XX fue 1914. Pero entre las dos guerras se produce la convicción en los Estados europeos de que la democracia liberal y la economía de mercado no eran capaces de resolver los problemas que las poblaciones planteaban urgentemente. Se llega a la convicción de que una democracia liberal, de libre empresa, es incapaz, es demasiado débil para oponerse a un movimiento totalitario como fue la revolución bolchevique. Y empiezan a surgir fenómenos populistas de carácter extremo. La guerra termina en 1918; en el 22 Mussolini está en Roma; en el 23 Hitler hace el putsch de Múnich; en el 23 Primo de Rivera establece una dictadura en España… Y se produce un cansancio, una pérdida de fe en lo que la democracia liberal representaba. Se sacrifica la libertad, la seguridad y el individuo a ideas muy abstractas.

P.- ¿Y cómo definiría el momento que atraviesa ahora Europa?

R.- Estamos en el sexto año de crisis, cuando el ciudadano empieza a pensar que los sistemas en los que se había creído hasta ahora no dan respuesta a sus necesidades, no resuelven sus problemas económicos inmediatos. Y empieza a aspirar por movimientos que tengan respuestas más simples, mucho más lineales, populistas. Es muy preocupante —y no quiero establecer un paralelismo exacto con lo que pasó en el período de entreguerras— que el primer partido de Francia sea el Frente Nacional, y el de Reino Unido el Ukip, y que en Grecia el PASOK, el partido de Papandreu, haya prácticamente desaparecido a favor de Syriza. Esto es, hay una insatisfacción con las respuestas que los partidos tradicionales están dando y una urgencia por soluciones más lineales. Por tanto, estamos en un periodo de indefinición realmente grave y haríamos muy mal en olvidarnos de lo que hemos tardado en este país en conseguir que nos devuelvan nuestras libertades y derechos y el poder elegir a nuestros representantes y echarles cada cuatro años, que es lo que ocurre cuando se hace mal. Pero querer buscar soluciones mágicas a problemas complejos es una tentación que hay que intentar rechazar lo antes posible.

P.- ¿Incorporaría aquí el caso de España?

R.- Sí, sí. Aquí estamos viendo ese fenómeno también tras seis años de crisis con unas tasas de paro realmente graves y una pérdida de poder adquisitivo de los que han conservado el trabajo. Si a todos esos sacrificios se unen los fenómenos escandalosos de corrupción que se están produciendo, se genera un clima de indignación que alguien capitaliza. Y ése es el fenómeno de los indignados, de Podemos, que lo que dice es que hay que acabar con lo que ellos llaman la casta: esto es, con todos menos ellos. Y no tienen siquiera necesidad de hacer propuestas constructivas, porque lo que están transmitiendo es la idea de que lo que hay que hacer es barrer todo lo anterior y ya se verá qué es lo que se hace.