La lengua cuenta historias. La del español narra la intrahistoria de cientos de millones de personas en docenas de países que, a principios del siglo XXI, constituyen uno de los grandes ejes de identidad que estructuran el mundo. Un mundo en el que la lengua española ocupa un lugar destacado como segundo idioma internacional por el número de hablantes nativos (casi seiscientos millones), tercera por el número de hablantes totales, cuarta por su presencia en la red, que cuenta con veintiún millones de estudiantes, y que se encuentra geográficamente ramificado en varios continentes.
En los dos decenios largos en que se vienen organizando los Congresos Internacionales de la Lengua (CILE), la República Argentina es el primer país que ha asumido por segunda vez la organización de uno de ellos, después de que tuviera lugar en 2004 en la ciudad de Rosario.
Ha sido pues Córdoba la Docta, que desde 1613 cuenta con una de las Universidades decanas más prestigiosas de América, la que acaba de asumir la realización del octavo congreso, reuniendo a más de doscientos participantes procedentes de treinta y dos países de América, África, Asia y Europa, bajo el lema “América y el futuro del español. Cultura y educación, tecnología y emprendimiento” y que ha sido inaugurado por nuestro Rey Felipe VI.
Este lema tiene una especial resonancia. Primero, porque el futuro de nuestra lengua está ligado al continente americano. Y segundo, porque no queda ninguna duda de que el español será lo que quiera América. La nuestra es, en efecto, una lengua primordialmente americana, y el desarrollo demográfico, económico, social, político y cultural de los países hispanoamericanos será determinante para su provenir.
Pero también lo será el crecimiento y la consolidación del español en los Estados Unidos, en donde el idioma está ocupando cada vez más espacios de prestigio. La gran novedad es que, incluso cuando hay indicios de un contexto aparentemente poco favorable para la diversidad lingüística, la fuerza del español está marcando una directriz que apunta inconfundiblemente hacia un bilingüismo que los datos del censo y los estudios sociológicos auguran.
Otro motivo de especial consideración es el hecho de que en China acaba de promulgarse un nuevo diseño curricular de la enseñanza secundaria y el bachillerato que suma la oferta del español como lengua optativa en estos niveles educativos, que incluyen año a año más de sesenta millones de estudiantes.
Desde su creación en 1991, el Instituto Cervantes, entidad organizadora del CILE, ha sido una pieza fundamental en la expansión del español en el mundo y en su visión de difundir la cultura en español, no solo de España sino de todos los países hispanohablantes. Su imagen trasciende y engloba a todo lo hispanoamericano. A pesar de ser una institución española, promociona un patrimonio que no es único de España. Incluso se podría decir que la política de la lengua ha sido uno de los vectores más exitosos de nuestra política exterior, en un mundo marcadamente anglófono, con todo lo que ello implica desde el punto de vista de la conformación de la hegemonía ideológica.
Toca ahora articular una diplomacia cultural común entre todos los países hispanohablantes, aprovechando también las oportunidades que ofrece la digitalización, para que aumente la investigación y la innovación en español. Precisamente en la Córdoba argentina, el Instituto Cervantes y otras instituciones latinoamericanas tienen previsto anunciar el proyecto cultural iberoamericano más ambicioso y sugerente en décadas: la creación de una gran red que contribuya a la internacionalización de la cultura en español.
Ahora bien, unidad de la lengua que no significa uniformidad. El español es, así, una lengua mestiza, gracias a la cual todos los hispanohablantes pueden entenderse entre sí y a la vez expresarse con sus propios acentos y modulaciones. Sin duda, la Asociación de Academias de la Lengua Española, que se creó en México en 1951, y que también participa en el CILE, ha desarrollado una importante actuación lingüística panhispánica.
En este momento, son veintitrés las que existen, a la espera de la definitiva constitución en este año de la vigesimocuarta, la Academia nacional del judeoespañol, la lengua de los sefardíes, los judíos expulsos de España en aquel año emblemático de 1492. A las academias norteamericanas, incluida la de los Estados Unidos que acaba de cumplir los cuarenta años, se suman la de Filipinas, creada en 1924, y la de Guinea Ecuatorial.
Lo más característico de una lengua es su capacidad de generar y transmitir una cultura, que en el caso de la hispánica está desde un principio abierta a la interculturalidad. El encuentro de Córdoba será pues la gran ocasión para que cientos de ciudadanos y especialistas analicen este porvenir lleno de oportunidades. Porque, como leemos en El Quijote, “más ven muchos ojos que dos: no se apodera tan presto el veneno de la injusticia de muchos corazones como se apodera de uno solo”.