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Intervención del Ministro de Asuntos Exteriores y de Cooperación en la Reunión Informal del Consejo de Seguridad con Víctimas del Terrorismo (Nueva York, 21 de octubre)

22 de octubre de 2015
Madrid 21 de octubre de 2015. “Excelentísima Embajadora. Señor Ministro, Embajadores, víctimas y representantes de víctimas que nos acompañan, señoras y señores.
       
Les invito a que por un instante evoquen, evoquemos, un lugar. No tiene por qué ser un lugar especial, lejano o exótico. Puede ser la parada donde tantas veces hemos esperado el autobús. O la entrada del colegio donde hemos dejado a nuestros hijos antes de retomar nuestra jornada. O un bar de barrio donde nos reunimos con nuestros amigos. Un lugar tan imbricado en el tejido de nuestra vida que muchas veces ni reparamos que existe, pero que da sentido a nuestra existencia.
Difícilmente se nos ocurriría pensar que esa esquina, o esa calle, o esa plaza por donde transcurren nuestras vidas podría ser la última imagen que vieran nuestros ojos, o los ojos de los seres que más queremos. Apenas podríamos imaginar que en cualquiera de esos lugares anónimos y cotidianos nos aguardara el rostro del terror, una mano apretando el gatillo sobre nuestra nuca, una bomba adosada a los bajos de un coche que estalla a nuestro paso o al paso de un familiar o de un amigo.
Y sin embargo, fue en uno de esos lugares anónimos, cotidianos, en una estación de ferrocarril del País Vasco, en el norte de España, donde una madre vio por última vez a su hija. Fue un 27 de junio de 1960. A las siete de la tarde de ese día Begoña Urroz pereció abrasada al estallar una bomba en una maleta depositada en una consigna. Begoña Urroz era un bebé de 22 meses. Fue la primera de las 850 víctimas causadas por la banda terrorista ETA.
Veinte años más tarde, también en un lugar anónimo y cotidiano, al arrancar su coche para ir a dar clases a la Universidad, Juan de Dios Doval, un político de la Unión de Centro Democrático, fue asesinado con dos tiros por ETA. Juan de Dios era mi compañero y mi amigo de la infancia, juntos compartimos clases y recreos en el colegio San Ignacio de Loyola, en San Sebastián. Juntos compartimos ideales y nos embarcamos en la vida política. El dio su vida por esos ideales. Muchos seguimos viviendo para contribuir a que sean realidad en la España democrática y en paz por la que él se sacrificó.
Como también dio su vida por ese ideal Miguel Ángel Blanco, un joven concejal cuyo secuestro y asesinato, en julio de 1997, marcó el inicio de una nueva era en la España democrática. Recuerdo que ese día estaba reunido en casa con un grupo de amigos, esperando el fatal desenlace. Una hora y media antes de que nos comunicaran que Miguel Ángel Blanco había sido asesinado, el Director General de la Policía, quien se encontraba entre nosotros, nos advirtió que era seguro que le iban a matar.
¿Por qué?, preguntamos. Porque los amigos de los terroristas ya han comenzado a descorchar las botellas de champán en sus tabernas, respondió.
Horas más tarde, los amigos de los terroristas, ebrios de sangre, se tenían que enfrentar a miles de ciudadanos que, pacíficos y serenos, les gritaron a la cara que eran unos cobardes y que no les tenían miedo y que su impunidad llegaba a su fin. Ese fue el legado de Miguel Ángel Blanco, su don a todos los españoles.
Al dar su joven vida, muchos españoles, incluyendo muchos ciudadanos del País Vasco, por vez primera perdieron su miedo. Ese fue el principio del fin de ETA. Frente a su terror, frente a su culto a la muerte, los españoles, sin distinción de ideologías o credos, les respondimos a los terroristas con nuestro amor a la vida, con el valor y con el peso de la ley, con el poder de la palabra  y con la firmeza de nuestras convicciones democráticas. Con esas armas, con todas ellas, pero sólo con ellas, les hemos vencido.
He mencionado los nombres de tres víctimas de una manifestación del terrorismo, el de ETA, que ha marcado la vida de generaciones de españoles. ETA, hoy en estado terminal, es una manifestación especialmente sangrienta e insidiosa de una hidra con múltiples cabezas, entre las cuales, en nuestro tiempo, el terrorismo yihadista ocupa un lugar de infame privilegio.
Terrorismo yihadista que se cobró 3.000 víctimas mortales aquí en Estados Unidos y 190 en Madrid. Casi cada día los periódicos nos estremecen con las atrocidades de ISIS, Boko Haram, Al Qaeda, de las que nos van a hablar nuestros invitados hoy.
Pero no estamos hoy aquí para concederles a los terroristas, además, el privilegio de nuestra atención. No se lo merecen. Estamos aquí para honrar y conmemorar a sus víctimas. Estamos aquí para decirle al terrorista que pone una bomba o aprieta un gatillo por la espalda que no es un héroe.
Los héroes son las víctimas. Ellos son el ejemplo para nosotros y para las generaciones que nos sigan. Por ello es tan importante que nos guíe su memoria. Y, para ello, hemos de preservarla y perpetuarla. Porque es con las memorias de las víctimas, con el coraje y templaza de sus familiares y seres queridos, con las que tejeremos el relato de vida, de libertad y de esperanza que debemos oponer al relato de muerte, de desolación y de totalitarismo que los terroristas nos pretenden imponer.
Por eso estamos aquí. Por eso España ha abierto por vez primera las puertas del Consejo de Seguridad para que las víctimas puedan hablar y ser escuchadas. Queremos que su voz llegue a todos los rincones del mundo. Lo queremos porque  su voz es la más autorizada para deslegitimar el discurso terrorista.  Su sufrimiento nos muestra el verdadero rostro del terrorismo, el rostro inhumano del odio y del desprecio por la vida.
Queremos que la voz de las víctimas contribuya a generar un relato alternativo del terrorismo y anular las supuestas motivaciones políticas o sociales que puedan alegar los terroristas. Los terroristas no son soldados de una causa. Son criminales. El terrorismo es un totalitarismo destructivo que tiene el objetivo de acabar con el pluralismo y crear sociedades homogéneas, cerradas e intolerantes. Las víctimas nos ayudan a reducir el atractivo del discurso terrorista y a movilizar a la sociedad en su contra.
La voz de las víctimas debe contribuir a reducir la radicalización y el reclutamiento en las sociedades o comunidades más vulnerables y afectadas por el terrorismo. Las víctimas nos ayudan a combatir la propaganda de incitación a la violencia y de glorificación de los actos terroristas más crueles.
 
En esa lucha desigual, pero justa, de la palabra contra el terror, es esencial implicar a la sociedad civil en nuestra estrategia. El caso España es ilustrativo, pues uno de los factores del debilitamiento de ETA fue su pérdida de apoyo social gracias al activismo de las víctimas. Hemos presentado esta perspectiva en todos los foros internacionales sobre lucha contra terrorismo. Y estoy seguro de que hoy la veremos confirmada al escuchar en este foro la voz de las víctimas ante el Consejo de Seguridad.
En esta implicación de la sociedad civil contra el terrorismo juegan un papel esencial las mujeres. Por eso el Presidente del Gobierno de España presidió el pasado 13 de octubre una sesión del Consejo de Seguridad dedicada a la resolución 1325 sobre “Mujeres, paz y seguridad” que destaca el doble papel de víctimas del terrorismo y de protagonistas activas en lucha por la paz. En el caso de España, las mujeres han liderado la reacción social frente al terrorismo y estuvieron presentes en la fundación de las primeras asociaciones de víctimas del terrorismo. Creo que los testimonios que nos disponemos a escuchar hoy confirman su ejemplar combate, que es el nuestro. A ellas les doy la palabra. Muchas gracias.”