Hombre de la máxima confianza de Mariano Rajoy desde hace lustros y experimentado negociador, José Manuel García-Margallo se perfila en los próximos meses como un hombre puente clave entre su partido y el binomio Partido Socialista-Ciudadanos.
–La pregunta que todo el mundo se hace: ¿va a haber elecciones en junio?
–Se trata de tener un Gobierno que gane la investidura, que pueda gobernar. Y que además tenga la mayoría suficiente para hacer las reformas necesarias. Asistimos a un mundo en cambio, a una Europa y a una España en cambio. Globalmente estamos entrando en un periodo de... desaceleración económica, por decirlo suavemente.
En la Unión Europea está la crisis de refugiados, la pérdida de músculo económico y la posible salida del Reino Unido, que se decidiría tres días antes de la hipotética fecha de las elecciones. En España tenemos el reto de hacer que los frutos de la recuperación lleguen a los que más han sufrido en la crisis, de crear un modelo de crecimiento económico estable, sostener las finanzas públicas y el Estado de Bienestar, y el desafío soberanista de la Generalitat de Cataluña.
En resumen: hay que tomar decisiones serias. Y eso solamente es posible hacerlo cuando se tiene un apoyo parlamentario fuerte por parte de grupos que coincidan en lo fundamental. Eso sólo lo da una gran coalición en la que necesariamente tienen que estar Partido Popular y del Partido Socialista y sería conveniente que estuviera Ciudadanos. Creer que se puede hacer algo sin el Partido Popular y el Partido Socialista es equivocarse de medio a medio.
Si no nos ponemos de acuerdo antes del 2 de mayo, tendremos que ir a elecciones y si los resultados varían poco en lo que se refiere a las grandes ecuaciones, los dos líderes que van a estar en condiciones de formar Gobierno tendrían que asumir el compromiso que ya asumió Rajoy: que nadie va a liderar el Gobierno si no gana las elecciones.
–Siendo realistas, ¿en qué términos hay que plantear esta gran coalición para que el PSOE se una a ella?
–Esta gran coalición despierta muchos recelos en los electorados de los tres partidos. Por eso hay que explicar muy bien la agenda y los tiempos. Hay que extender una «paz octaviana» a todos los niveles de gobierno –comunidades autónomas y ayuntamientos– para tener unos años de tranquilidad en los que acometer las reformas que nos darían otros 40 años de estabilidad. Lo más sorprendente de la situación es que esto es sencillo si comparamos la situación actual con la de la Transición. La economía ha mejorado, no hay terrorismo interno, estamos en la OTAN y en la Unión Europea, y hemos aprendido mucho. Entonces había que demoler un edificio y hacer otro. Ahora se trata de modificar algunos aspectos.
Además, una gran coalición tiene un efecto movilizador de la sociedad, que es lo que pasó en el año 77. Los partidos se pusieron de acuerdo para hacer una gran transformación nacional y, por lo tanto, algo a lo que valía la pena apuntarse. Lo que hay que acabar es con este mercadeo de los resultados electorales y de las encuestas. Hay que acabar con el menudeo actual e ir a lo grande. Sobra codicia y falta ambición. Ambición de España. Pensemos en España y en lo que España necesita.
–Si pudiera viajar atrás en el tiempo ¿aconsejaría a Rajoy que se presentara a la investidura?
–Estoy absolutamente convencido de que hizo lo que tenía que estaba jugando en dos pistas diferentes: la investidura, que sabía que era un camino sin salida, y la de la secretaría general y la próxima candidatura. En esta segunda pista parece más consolidado. Sánchez fue claro: lo que le pedía el cuerpo es una alianza con toda la izquierda: Podemos, IU y los demás. La única razón que dio para no culminarla es que los números no salían, no que no le gustase.
Para Ciudadanos no debió resultar grato ser el segundo plato. No logro entender el pensamiento de fondo del señor Sánchez, porque las diferencias entre Podemos y Ciudadanos son abismales, y a él le parece lo mismo «matrimoniar » con unos que con otros. Si sale con barbas, San Antón, si no la Purísima Concepción. Pero déjeme decirle que el socialismo democrático está mucho más cerca del PP y de Ciudadanos que de Podemos.
–¿En qué estrategia está Rivera?
–Esa es la gran pregunta. Antes del giro copernicano de apoyar a Sánchez coincidíamos bastante en políticas económicas y en la necesidad de acabar con la corrupción. Ahora proponen, junto al PSOE, un aumento del gasto que oscila entre 15.000 millones y 50.000 millones, según cómo se hagan las cuentas. Espero que Rivera se ponga cuanto antes a ayudar a construir la alternativa a tres que España necesita y en la que ellos creen. Suárez decía que hay que elevar a la normalidad política lo que es normal en la calle. En la calle es normal que el que más votos ha sacado sea el que lidere una coalición. Es lo que pasa en Austria, en Alemania... En cualquier caso Rivera ha hecho de la unidad de España una bandera y ese vínculo siempre existirá entre nosotros.
–¿Qué le parece el show de Podemos?
–No es nada nuevo. Cuando se produce una crisis económica y los ciudadanos pierden bienestar la gente vota lo que no ha votado antes, cualquier cosa que no sea lo tradicional. Pasó lo mismo hace un siglo. Bolcheviques en Moscú, espartaquistas en Berlín, el Soviet de Baviera... Ahora se está produciendo lo mismo: Syriza, el UKIP, Corbin, Trump en Estados Unidos. Eso ocurre cuando todo está revuelto.
–El recuerdo de la cal viva...
–Me pareció un auténtico disparate. Tengo un enorme respeto por Felipe González y creo que no se lo merece. Y España no se merece ese lenguaje. Dos imágenes de dos Transiciones: en el 77 Suárez levantándose para darle la mano a «Pasionaria» y en el 2016 Pablo Iglesias hablando de la cal viva de Felipe González. Son climas muy diferentes.
–¿Se nos mira con preocupación en Europa?
–Preocupan dos cosas. Primero que todavía no haya gobierno con competencias plenas. Pero preocupa más que haya un gobierno que se aparte de las tesis del «mainstream», es decir, de la corriente central de Europa. No entienden que no seamos capaces de ponernos de acuerdo, cuando es bien sabido que en Europa las cosas sólo funcionan cuando populares, socialdemócratas y liberales se ponen de acuerdo.
–Muchos votantes del PP creen que la respuesta a la corrupción ha sido tibia.
–La corrupción nos ha hecho un enorme daño, aunque hemos tomado más medidas que nadie y no ha habido impunidad: las instituciones encargadas de luchar contra la corrupción lo han hecho con absoluta libertad.
El presidente del Gobierno ha dicho en múltiples ocasiones que estamos dispuestos a aceptar cualquier medida que se nos proponga para intentar acabar con la corrupción. Y digo «intentar» porque la corrupción es inherente a la naturaleza humana. De lo que se trata es de impedir toda conducta deshonesta y endurecer las consecuencias.
–Las cifras de refugiados acogidos en España es aun muy baja.
–Los centros de acogida de Italia y de Grecia no están funcionando y como no están funcionando, las cifras son ridículas. Es un problema muy complejo que además es un dilema moral que afecta a los valores básicos en los que se funda el proyecto europeo. Siendo eso así, es obvio que ningún país puede acoger a todos los refugiados o emigrantes que quieran venir porque no es físicamente imposible. No es posible resolver este problema con recetas nacionales. Es necesaria una política global europea. Y eso no se ha hecho. Para resolverlo es necesario resolver los conflictos (Siria, Yemen, República Centroafricana) que hacen huir a los refugiados y hay que acabar con la pobreza que es la causa de la emigración. A partir de ahí tenemos que controlar las fronteras para diferenciar a los refugiados de los emigrantes. Tenemos que repartir el esfuerzo. Al emigrante o refugiado que viene y le acoges de acuerdo con lo que exige su dignidad humana le tienes que dar una vida digna: educación, sanidad, vivienda y a la larga un empleo.
–Hay nerviosismo en Gibraltar por la posible salida de Reino Unido de la UE.
–Son preocupaciones artificiales. El Reino Unido forma parte del proyecto europeo. Pero si se produce la salida, Gibraltar dejaría también de formar parte de la Unión Europea. No tendría el mercado interior ni todas las ventajas que ello supone. Su economía no podría vivir como está viviendo ahora. Eso es evidente. Pero los gibraltareños no deben tener ninguna preocupación si eso pasase.
Si ellos quisiesen seguir formando parte de la UE es relativamente sencillo: hacer lo que estuvimos a punto de hacer en el 2002. Es decir, establecer la cosoberanía entre España y el Reino Unido durante un periodo transitorio, reservando su estatuto peculiar. Estarían en el mejor de los mundos posibles: con dos banderas y acceso a la Unión Europea.