Bambú, 27 de abril, 2017.
¡Mis queridos nietos!:Mis queridos nietos!:
Por la presente carta, os voy a contar algunas historias de mi vida.
Como ya sabéis, nací el 16 de agosto de 1925, en un pueblo llamado Tomonde, perteneciente a Pontevedra; ambos pertenecen a Galicia.
De los 8 a los 16 años, fui monaguillo en la iglesia de Tomonde, y ganaba propinas por bodas, bautizos y funerales, y daba todo el dinerillo a mi mamá. Cuando el padre rezaba misa en otros pueblos cercanos, me llevaba con él porque yo sabía rezar en latín.
Entre los 16 a los 18 años, empecé mi carrera de pedrero, y así continué toda mi vida. Forraba casas con piedra y las entregaba acabadas.
Cuando cumplí 18 años fui al Ejercito; hacía pocos meses que había terminado la Segunda Guerra Mundial; era 1943, la época del general Franco, que nació en Ferrol. Fui artillero de las baterías de la costa del Ferrol; fui el responsable de los disparos de los cañones: “ ¡Fuego! ...... ..... pum ... pum ....”.
Éramos 50 soldados. Como había muchos analfabetos en el grupo, se hizo un examen y obtuve el primer lugar; así me convertí en profesor y en cabo. Hasta hoy me acuerdo: Tenía un alumno, José Moinhos Pardo, que tenía muchas dificultades para aprender a firmar y que solo sería licenciado del Ejército cuando aprendiese; cogí su mano, practicamos mucho y lo consiguió; se quedó muy contento.
Entretanto, mi padre murió, y me dieron un mes de permiso. Tenía que mandar un documento al Ejército para comprobar el permiso y tuve que ir a la comisaría de Policía de Cercedo para hacerlo. Fui vestido con el uniforme del Ejército y los policías no sabían que hacer: se cuadraban, movían las sillas para que me sentara; me sentí muy importante.
Salí del Ejército y continué trabajando en la construcción. Fui por muchos lugares de España buscando trabajo. ¡Y ahí donde fuera siempre procuraba estudiar por la noche! Siempre me ha gustado mucho leer! Trabajé en Asturias, Oviedo, Gijón, Mieres, Cataluña, Lérida, León, Zamora y Salamanca.
En Cataluña, Lérida, en el lago de San Mauricio, trabajé en la construcción de la Hidroeléctrica, yo y mi compañero, Darío. El ingeniero responsable de la Hidroeléctrica se llamaba Zanoi y nos llamaba “Petites” porque éramos bajitos y trabajábamos mucho. En ese trabajo ocurrió un incidente. Cuando llegamos, la construcción ya estaba en marcha hacía dos años; supimos de ella por conocidos que trabajaban ahí. Comenzamos a trabajar y en dos meses ya habíamos ascendido a la primera categoría, mientras los que ya habían estado trabajando continuaban en la segunda categoría. Cuando lo supieron se rebelaron y fueron a hablar con el señor Zanoi para quejarse. Él les dijo: “El que no esté contento que haga las maletas y que se largue”. ¡Todos salieron calladitos y continuaron trabajando!
Decidí salir de España en 1956. Primero pensé en ir a Venezuela, porque la moneda era fuerte, pero no pude ir porque se cerró la frontera, y decidí venir a Brasil.
Vine de España a Brasil en barco. Había una mujer que estaba tomando su “chimarrao”; pensé: “Que extraño; los africanos hacen fuego, se pasan el cigarro el uno al otro y cada cual da una chupada, sin embargo, ella está colocando agua caliente”. Le pregunté, y ella, a su vez, me preguntó a donde iba. Le dije que iba a Brasil y que pensaba ir a Rio Grande del Sur. Ella me respondió: “Entonces, allí usted va a ver mucho de esto”.
Llegué a Río de Janeiro en enero de 1956 en pleno verano, y en España era invierno. Inmediatamente fui a trabajar en la construcción civil y no pude aguantar el calor; tenía que quitarme la camisa varias veces al día para escurrir el sudor. Sólo trabajé allí tres meses. Cómo había estudiado bastante sabía que en Rio Grande do Sul el clima era más parecido al de España, y que, si las cosas no funcionaban aquí, estaba más cerca del Uruguay. Terminé afincándome en Taquara. En esta ciudad, allí por donde se ande, hay alguna obra hecha por mí. Acabé siendo conocido popularmente como “el español”.
He trabajado en casi todas las ciudades de Rio Grande del Sur, pero una de las obras de las que estoy más orgulloso es el revestimiento de piedra de la Iglesia de Canela. Tardamos tres años en completarla, y hoy en día es una de las maravillas de Brasil, visitada por miles de turistas.
Tengo muchas historias que contar, mi vida daría para un libro.
Aquí os dejo registrado, desde mis 91 años, una pequeña parte de mi historia, para que siempre recuerdan con gran afecto a su abuelo.
Con todo el cariño de:
José Iglesias Guinarte.